jueves, 26 de septiembre de 2013

LA UNIÓN ENTRE EL ESTADO Y LA RELIGIÓN (IMPERIO BIZANTINO)



En la mayoría de las religiones estatales se ha planteado esta relación y ha existido una clara ligazón de la religión institucional con el poder político, que se ha manifestado de diversas formas: en algunos estados los reyes eran considerado divinos y ejercían funciones sacerdotales, en otros los gobernantes ejercían un control sobre la religión y en otros la institución religiosa ejercían un control sobre el poder político.

El imperio bizantino alcanzó la cima de su esplendor con Justiniano (527-565). Ambicioso, aliado al ámbito mercantil, llevó a cabo la reconquista del antiguo Imperio Romano de Occidente. Para ello, organizó un gran ejército y una poderosa flota.
De igual modo que en su administración secular, el despotismo estaba presente en la política eclesiástica imperial. Justiniano trató de regular todo, tanto en la religión como en la ley.

A comienzos de su reinado, consideró oportuno promulgar por ley su creencia en la Trinidad y en la Encarnación, y amenazar a todos los herejes con sanciones; mientras que declaraba a continuación que a través de la ley pretendía privar a quienes fuesen contrarios a la ortodoxia de ejercer como tales. Hizo del credo niceno-constantinopolitano el símbolo único de la Iglesia, y confirió fuerza legal a las disposiciones canónicas de los cuatro concilios ecuménicos. Los obispos que asistieron al Segundo Concilio de Constantinopla en 536 reconocieron que en la Iglesia no se podía hacer nada en contra de la voluntad y de las órdenes imperiales;[28] aunque también es cierto que el emperador no dejó pasar ninguna oportunidad para reafirmar los privilegios de la Iglesia y el clero, así como proteger y extender el monacato".

En el Imperio Romano de Oriente, la autoridad temporal es decir, política, ejercida por el emperador, era superpuesta a la autoridad espiritual es decir, religiosa del patriarca de Constantinopla, que se tradujo en la sumisión de la Iglesia del Estado (cesaropapismo) Es un sistema de gobierno en el que el emperador, César, es a la vez, la cabeza visible de la Iglesia, y tiene en ella más autoridad que el Papa.

El Imperio Bizantino tuvo una vida religiosa vibrante en las disputas doctrinales que con el tiempo llegaron al extremo de la guerra civil. Justiniano defendió la ortodoxia cristiana con firmeza, luchando contra dos tendencias herejes contemporáneas: en Oriente, el arrianismo y, en el este, el monofisismo (este último con el apoyo de la misma emperatriz Teodora, esposa de Justiniano). Ambas herejías negaron la existencia en Cristo de una doble naturaleza divina y humana.

En el siglo VIII, irrumpió en Constantinopla el movimiento iconoclasta. Su inspiración fue el emperador León III, quien prohibió la adoración de imágenes y ordenó que fueran destruidas. Los partidarios del culto sufrieron una persecución violenta, pero las imágenes terminaron siendo reintroducidas finalmente en las iglesias.

Con el tiempo, se volvió cada vez más difícil para el Papa (obispo de Roma) imponer su autoridad sobre la Iglesia de Oriente. La crisis alcanzó su punto máximo en 1054 cuando el patriarca de Constantinopla, con el apoyo del emperador bizantino, se negó a continuar haciendo lo que la autoridad papal oficial dictaminaba. Esta ruptura, conocida como Cisma, dio lugar a la Iglesia Católica Ortodoxa, cuya doctrina es básicamente idéntica a la Iglesia Católica Romana, aunque hay diferencias en el ritual y la organización eclesiástica.

Las relaciones entre Iglesia y Estado están determinadas siempre por una dialéctica que proviene de la diferencia esencial entre ambos; pues las dos instituciones dirigen sus pretensiones a los mismos seres humanos, aunque con diversos fines (fin del hombre). Deber del Estado es procurar asegurar el bien natural de sus ciudadanos en la tierra, mientras que la Iglesia está llamada a proseguir en la tierra la obra salvífica de su fundador y conducir a los hombres a la salvación eterna mediante la palabra y los sacramentos. Ambos, I. y E. se encuentran en sus miembros, y se requiere una ordenación de sus mutuas relaciones que corresponda al desarrollo histórico y a la situación concreta de cada caso. Todas las tentativas por regular de modo abstracto las relaciones entre Iglesia y Estado están condenadas prácticamente al fracaso, pues pasan por alto la historicidad de dichas instituciones. Para la regulación de sus relaciones se han dado en la historia de occidente diversos modelos de solución, que no sólo llevaban el sello de las formas políticas propias de cada tiempo, sino también, y sobre todo, el de la idea que entonces se tenía de la Iglesia y del Estado.

Sea lo que fuere, a lo largo de la historia se ha utilizado la religión para promover y justificar la política o se ha utilizado la política para justificar y reforzar el poder espiritual. No cabe duda que este aspecto ha sido una de las circunstancias que marcaron la relación Iglesia entre el estado.

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